Mercedes Neuschäfer-Carlón


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Opiniones sobre "La primavera no reía"

 

Gonzalo Sobejano (Catedrático Columbia University New York):

He leído „La primavera no reía“ con el gusto de reconocer en su prosa - sensitiva y tansparente - el mismo sello de verdad de „La acera rota“. Fui subrayando a lápiz datos históricos, canciones, películas, momentos de un tiempo que yo he vivido. Me han impresionado especialmente las páginas sobre ‘La niña del Coto’. Aunque independiente es, en cierto modo, continuación de "La acera rota". Su protagonista es la misma: Elena. Y a través de sus ojos - niña al comienzo; joven más tarde - se va conociendo la época de la posguerra española, en Gijón, ciudad industrial en la costa norte de España.

 

Ursula Vences (in: Hispanorama, Mai 2006):

Wie haben Kinder und Heranwachsende die Zeit unmittelbar nach dem Spanischen Bürgerkrieg erlebt? Auf diese Frage gibt das Buch von Mercedes Neuschäfer-Carlón in leisen Tönen und auf unspektakuläre Art und Weise Antwort. Es geht der Autorin nicht um außergewöhnliche Schicksale, sondern geradewegs um den Alltag, die ganz schlichten und einfachen Erlebnisse junger Menschen unter den besonderen Bedingungen ihrer Zeit.
(…) Auch die Politik spielt in das Dasein der Protagonistin hinein, und ohne in ihrem Alter rational damit umgehen zu können oder gar klare Vorstellungen entwickelt zu haben, bleibt jeweils intuitiv ein Gefühl für Recht und Gerechtigkeit zurück.
(…) Die tiefen Auswirkungen der Heuchelei der Zeit und das fehlende demokratische Verständnis werden in der Darstellung dieser „kleinen“ Erlebnisse umso deutlicher und für jedermann verständlich.
(…) Der Roman ist auch, nicht zuletzt durch seinen klaren Stil und seine lineare Erzählstruktur, als Schullektüre zu empfehlen, um das Thema der Franco-Zeit und seiner Auswirkungen auf das Leben der Menschen verständlich zu machen.

 

José Rodríguez Richart (in: La República de las Letras. Revista de la Asociación Colegial de Escritores de España, 2006):

La escritora asturiana Mercedes Neuschäfer-Carlón, casada con un destacado hispanista alemán y afincada en Alemania desde hace muchos años, ha publicado ya bastantes libros de narraciones en España y otros países dedicados principalmente a la infancia y a la adolescencia. Fue muchos años profesora de los hijos de trabajadores españoles emigrados a ese país por lo que, en algunas de sus obras, encontramos vinculaciones temáticas con el mundo de la emigración laboral (por ejemplo, en Antonio en el país del silencio), que ella tan bien conoce. Y según una de las estudiosas alemanas de su producción literaria, Rosemarie Bollinger, fueron justamente esas actividades docentes las que movieron a la autora a escribir libros infantiles. Pero Mercedes Neuschäfer-Carlón es autora también de una extraordinaria novela de la Guerra Civil, La acera rota, en la que se narran las terribles experiencias de los años del conflicto bélico en su ciudad natal (Oviedo) desde la óptica de una niña precoz y sensible de unos pocos años. En cierto modo, La primavera no reía (alusión a uno de los versos del “Cara al sol”) es una continuación de dicha novela y refleja las contradictorias vivencias de una niña desde el final de esa conflagración civil en 1939 hasta los últimos años de la década del cuarenta. A los dieciséis años de edad termina la protagonista sus estudios medios con el título de bachiller, después de superar el temible Examen

Creo que en la novela pueden distinguirse dos perspectivas o lecturas. Por una parte encontramos en ella los recuerdos autobiográficos de la autora, entonces una niña despierta, con fantasía, imaginación, con cierta independencia de criterio que se va afirmando paulatinamente al paso del tiempo. Su vida familiar, no siempre fácil, con sus padres y hermanos, con la tía Lina, su educación y sus estudios en un colegio de monjas, en una academia y en un instituto oficial, sus idílicas vacaciones en una granja campesina y en un pueblo leonés, sus amistades, juegos, bromas y diversiones inocentes, sus sueños, sus primeros contactos con la literatura, con el teatro y con la música, su primer enamoramiento platónico de uno de sus jóvenes profesores, D. Alberto, y de un tímido y retraído muchacho, sus primeras desilusiones. En general, puede decirse que el universo individual de la protagonista, que tiene unos nueve años escasos al iniciarse el relato, en el protegido y cálido ambiente familiar, es alegre, despreocupado, lúdico, típico de la psicología normal de una pequeña de su edad.

Pero en la novela hay otra dimensión importante, de índole muy distinta, dramática, trágica, que aparece ya en los primeros capítulos (“Las almenas del castillo”, “Miedo”) como una amenazadora sombra en segundo plano y que impregna casi todas sus páginas hasta el final: las secuelas de la recién terminada Guerra Civil, todavía muy presentes con toda su crudeza en la vida diaria de aquellos años aciagos: “Unos días más tarde fue Elena con su familia a vivir en la nueva ciudad... Atrás quedaba la otra en la que habían sufrido el asedio durante la guerra. Con hambre, sed, sueño y frío. Y con miedo también. La ciudad a la que, una vez liberada, habían vuelto para vivir en una pobre buhardilla, porque al padre de Elena le habían castigado” (p.8). Y más adelante escribe: “La guerra y sus peligros; las terribles venganzas de los del uno y de los del otro bando; los miedos y la miseria de la postguerra, eran para ella la vida” (p.69). La vida cotidiana de esos años ominosos, con su clima de terror, con los fusilamientos de rojos en las madrugadas de la cárcel en que se había transformado el castillo, con las sangrientas venganzas del falangista Francisco Mallén, apodado Paco Cigales, cuya ocupación frecuente y favorita era sacar a muchas personas de casa para darles “el paseo”, recuerdos de barbaridades cometidas en la guerra, como la muerte vejatoria del coronel jefe de la guarnición de la ciudad por los milicianos, los “maquis” de las montañas asturianas, el hambre, el racionamiento, los desmayos sobre todo de mujeres por falta de alimentos, el “Auxilio Social” oficial y otros particulares para tantos menesterosos e indigentes, la muerte de niños a causa de la tuberculosis, la censura, la prohibición de escuchar Radio Londres o Radio París, los funcionarios suspendidos de empleo y sueldo, como el Domínguez de la novela, al que de vez en cuando auxilia el padre... A los que hemos vivido esos mismos años en otras regiones de España pero con parecidas circunstancias no hace falta que la autora nos asegure que “No todo (en la novela) es real. Mucho, sí lo es” porque los aspectos de la realidad social o colectiva que allí objetivamente nos presenta son evidentes. Sólo habría que agregar, para completar el cuadro, que la situación en España se complicó más todavía por el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939, a lo que también se hace referencia en la novela: “La Radio Nacional y todos los periódicos de España hablaban sólo de los triunfos de Alemania en la guerra y así también Purita...cuyo padre era un admirador incondiconal del ejército germano. – Los alemanes ganan la guerra... Son una raza superior – decía” (p.83). Y don Hilario, el notario “hablaba...con entusiasmo de Hitler, de cómo había puesto orden en su país y de lo maravillosos que eran los alemanes: tan disciplinados, tan trabajadores, con ese talento de organización. De ellos teníamos que aprender aquí. Y también admiraba cómo habían resuelto el problema de los judíos...y luego seguía hablando de sus triunfos militares” (p.83).

El final de la novela parece contradecir lo que, en sentido figurado, nos dice el título. El último capítulo se titula “La primavera empezaba a sonreír”, para la protagonista, hay que entender, porque sabía que el tímido Fernando estaba enamorado de ella y “soñaba con que...comenzaría una historia de amor. Para Elena, la primavera comenzaba a sonreír” (p.106). Aunque, de acuerdo con el título, gran parte de la sociedad adulta del país y el ambiente general de la nación, por la situación descrita antes, apenas pudiera gozar, ni en sentido literal ni en el metafórico, de la más bella estación del año.

La novela, de fácil y grata lectura, escrita en un lenguaje claro, sencillo, conversacional, lleno de expresividad, con bastantes dialectalismos o asturianismos léxicos y sintácticos tanto de los personajes (casi siempre en cursiva) como también, ocasionalmente, de la autora, que le dan al relato un innegable pintoresquismo y color local, nos recuerda en algunos aspectos las obras de Elena Fortún, en otros las de Carmen Martín Gaite pero también pasajes de la primera de las tres partes de La forja de un rebelde, de Arturo Barea, en lo relativo a la educación y las implicaciones sociales en los colegios religiosos. La primavera no reía es una novela, como apuntábamos antes, con muchos elementos reales y autobiográficos, muy recomendable para todos los que deseen conocer, de la mano de un testigo imparcial, cómo era la precaria vida diaria en aquella España de las décadas del cuarenta, tan lejana afortunadamente de la España europeizada y democrática de nuestra época actual.

 

 

Pedro Fernández Giménez (profesor de EGB. Alicante):

He leído „La primavera no reía como un hermoso presente, saboreándolo poco a poco y ha sido para mí un feliz hallazgo. Las referencias a la guerra están hechas de manera muy fina, sin acritud para que las nuevas generaciones puedan darse una idea de lo que ocurrió, para que no vuelva a pasar.
Todas las alusiones a la infancia, que imagino reflejan retazos de la vida de la propia autora, me han encantado y no digamos las canciones y coplillas que las acompañan. Como también lo referente al cine de la época.
El libro constituye una crónica de un tiempo crudo y cruel, pero entre lo que denuncia hay también mucha poesía, mucha ternura que mitiga el dolor y nos llena de esperanza. Afortunadamente nuestro país ha cambiado mucho y aunque nos faltan muchos objetivos por alcanzar, hoy la sociedad es más justa y no hay una educación para ricos y otra para pobres. En el libro aparecen unas líneas que me han emocionado especialmente, es cuando tía Lina enseñna a leer a Pedro: "Y aprendió a leer, a escribir, a decir lo que pensaba y la expresión de su cara se transformó..."
El libro me ha encantado.

 

 

Anabel Saíz Ripoll (Doctora en Filología y Catedrática de Literatura de Ensenanza Media. Salou):

"La primavera no reía" requiere una lectura seria y profunda, porque lo que narra no es fácil, aunque esté contado por una niña de ojos puros. (...)
La novela está narrada en tercera persona, aunque da la impresión de que es la propia Elena, su protagonista, la que nos cuenta todo. Elena ha vivido la dureza de la guerra. Sin embargo no es un libro triste, en absoluto, es un libro limpio, de lectura diáfana y esperanzada.. Nos cuenta, es verdad, la represión de los cuarenta, pero también los anhelos de unas personas, de unas gentes que luchaban por salir adelante. Nos habla de una época en la que la magia del cine era importante, en la que las relaciones se establecían poco a poco, en la que las circunstancias eran distintas y, sin embargo, las ilusiones, los sueños y los amores eran, en el fondo, los que pueda sentir un joven de hoy. (...)
Es una novela fácil de leer, pero no nos engañemos, porque tras su aparente facilidad, hay un esfuerzo: el de buscar ajustarse a los pensamientos de una niña, primero, y de una joven después.(...)Todos podemos entender la vida que late tras "La primavera no reía": Elena va al colegio y no acaba de entender las diferencias de clases y descubre con pena que no todos somos iguales, pero también encuentra grandes sentimientos como la amistad y, sobre todo, el amor. Así acaba el libro con una puerta abierta a la esperanza. No es un libro nostálgico, precisamente porque se cierra mirando al futuro y porque "para Elena la primavera empezaba a sonreír".

 


Johannes Hösle (Romanista. Catedrático de Universidad, Ratisbona/Regensburg):

"La primavera no reía" ha conseguido maravillosamente, desde sus primera páginas, crear una atmósfera de miedo, miedo que puede quedar, en los que lo hemos experimentado, hasta el final de nuestras vidas. Y, partiendo de este transfondo, el irse, poco a poco,aclarando la situación, desde la tímida perspectiva de una niña, primero y de una adolescente, después, da al relato una especial brillantez.

 

I. de la Fuente: „La mirada serena“

Novela de evocación siguiendo el hilo de la memoria (...). Bajo un fondo de anormalidad, la de la sombra de la Guerra Civil, con sus oscuros demonios de muerte y delación, una niña de clase media relata los avatares de su familia, abocada a vivir un holgado exilio interior. En “La primavera no reía”, en la misma linea de “La acera rota”, novela anterior, Elena sueña y juega al tiempo que es capaz de contar cómo su mundo anterior se esfuma. Su padre se libró de la cárcel, pero la familia tuvo que cambiar de ciudad y aprender a vivir con los vencedores sin serlo, moviéndose en una inteligente cuerda floja que les lleva a pactar y a poner límites. (EL PAÍS, Babelia, 15 de julio de 2006).

 


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